Al margen de la cultura oficialista, el metal demostró una vez más que arrastra público, que transmite ideas y sentimientos y que, en definitiva, es cultura viva.
Segundo festival celebrado con bastante afluencia de personas, cercanas al medio millar, en la antigua fábrica de azúcar, hoy día habilitado como centro educativo y sala de conciertos.
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Un festival muy atractivo para los amantes del rock, que sin embargo sufrió una reducida promoción. Aunque lo importante, la música, funcionó.
Hacía tiempo que la gran atracción de la noche, los míticos Barón Rojo, no nos visitaban y gracias a la longeva promotora malacitana Espectáculos Mundo, pudimos de nuevo disfrutar del arte y el saber estar de la banda madrileña, tanto fuera como dentro del escenario.
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