Concierto íntimo y familiar el que dio el noruego Bugge Wesseltoft con su banda en la madrileña Sala Arena.
Lo cierto es que Bugge siempre ha estado de espaldas a la industria musical por voluntad propia. A pesar de que los tiempos que corren son favorables a que prosperen las bandas que fusionan el jazz y la electrónica, en su caso particular, esta supuesta popularidad no se refleja en el número de copias vendidas.
Se hace palpable que algunos vienen del jazz y otros están llegando. Mientras que formaciones aburridamente exitosas en nuestros días como Saint Germain comienzan ahora su inmersión en el mundo del jazz, Bugge tiene un amplio bagaje en este estilo, contando en sus espaldas con años en el cuarteto de Jan Garbarek, el saxofonista nórdico con más proyección internacional, amén de haber realizado gira y disco con el famoso batería estadounidense Billy Cobham.
La diferencia básica estriba en que mientras los primeros (St Germain, por ejemplo) se recrean en la improvisación y el lucimiento personal, un concierto de Bugge es una construcción arquitectónica. El pianista, un dictador en todo momento, es como un arquitecto utópico que va creando una estructura en el aire y sumándole capas para con ello, llevarte por los rincones más inexplorados del conocimiento armónico.
Su mérito no se consigue mediante el virtuosismo y los clímax del solista, sino realizando un paciente trabajo de artesanía para encajar cada pieza en su sitio. Sin arrancar grandes suspiros ni arrebatos pero dejando una sensación de inexplicable ingravidez que se repite cuando cada canción llega a su final.
Y mucho de eso fue lo que tuvo el concierto de Madrid. Parte de este éxito hay que agradecérselo al público, que aunque escaso, estuvo completamente entregado durante todo el recital, compartiendo cada nota con los músicos y dejándose hacer sin resistencia.
Las composiciones de su último trabajo Moving salieron a relucir alteradas pero manteniendo su esencia. Bugge afirma que intenta crear un nuevo concepto de jazz, y sin duda su música tiende un puente entre este género y los tiempos en que vivimos, llamaba la atención especialmente el contrabajo de toda la vida adaptado al house suavecito y con groove que practica el grupo.
Fue un concierto verdaderamente entrañable al que tendremos que encasillar lejos del jazz o del house pero muy cerca del futuro, no sólo por el prometedor porvenir que tiene este joven pianista sino también porque algo me dice que este tipo de experiencias van a proliferar tanto como las setas en otoño.
Artículo: Making.
(Fecha de la publicación: 12/12/2002)
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